Una yonqui, que vive sin recursos y casi en la indigencia da a luz. Su casera le recomienda que venda a su hijo para tener algo de dinero.

Juanma Bajo Ulloa escribe una historia que le devuelve al entorno del que jamás tuvo que salir, el de los terribles dramas sociales, que tan buenos resultados le dieron en sus orígenes, con mediometrajes como El reino de Víctor y, sobre todo, con largometrajes tan icónicos del cine español como Alas de mariposa y La madre muerta. En esta ocasión, al drama le añade unas pinceladas de terror al más puro estilo La matanza de Texas y además opta porque la historia sea completamente muda. Nadie dice una sola palabra en todo el filme.

Ese silencio sólo está roto por los sonidos de la naturaleza (con unas imágenes de animales propias de un documental), los pasos al caminar por el bosque o la ciudad y, sobre todo, los llantos del niño. Es cierto que en alguna escena ese silencio puede resultar un tanto forzado, pero es un atrevimiento digno de elogio de un director decidido a salir del hoyo del olvido en el que lleva (por desgracia) muchos años metido.

Lo cierto es que sorprende que el director no haya perdido ni un punto de su buen hacer como cineasta, sobre todo por su empeño en hacer ese cine cutre y un tanto chabacano de Airbag y El rey gitano. Es evidente que ese cine le ha dado mucho dinero al director, pero también que le ha apartado de la senda poética que lleva en sus venas, y que con este filme vuelve a su cauce. De hecho consigue que algún crimen abyecto, como el infanticidio o el tráfico de niños sean tan terribles como poéticos. Quizás se le va la mano con algún personaje como la albina, que es un tanto incomprensible, o con ese final de la heroína (y nunca mejor dicho) a caballo.

Entre las actrices de su película destaca, sin ninguna duda, la protagonista Rosie Day, que cumple a la perfección con el difícil papel de una yonqui redimida por el dolor, el sufrimiento y el terror.