Camino es una niña especial, no sólo porque tiene una enfermedad desconocida que va a acabar con su vida, sino además porque su madre y, sobre todo, los adláteres del Opus Dei quieren aprovechar su muerte para convertirla en una santa de la obra. Al único que parece importarle algo la niña, más allá de tejemanejes sectarios, es al padre, relegado de su lado como manda la religión cristiana. Al fin y al cabo el José bíblico es sólo un comparsa (como el padre de Camino, simbólicamente llamado también José) y los auténticos padres son el Papa, los curas y, en el caso del Opus, también Escrivá de Balaguer. La madre también adora a su hija, pero sus creencias están por encima del amor de madre.
Javier Fesser toma la historia real de Alexia González Barros, y la moldea a su antojo para convertirla en una aventura grandiosa. Aclarando, eso sí, que no está "basada" en hechos reales, sino "inspirada" en hechos reales, que aunque pueda parecer lo mismo, no lo es, más que nada porque Fesser ha utilizado otros muchos testimonios para recrear el entorno de una familia apegada al Opus y lo que se cuece en las reuniones y las casas de este grupo religioso.
Lo primero que sorprende es que Fesser sea capaz de hacer un filme como este, lleno de belleza y sensibilidad. De hecho, es una de las películas más bellas que al menos yo he visto en mi vida. Y digo que sorprende sobre todo por la filmografía precedente de Fesser, las esperpénticas adaptaciones de Mortadelo y Filemón y aquel filme surrealista titulado El milagro de P. Tinto. De hecho, habría que irse hasta el lejano 1995 para descubrir un filme tierno de Fesser, el cortometraje Aquel ritmillo, protagonizado por el entrañable Luis Ciges.
La belleza de Camino está en todas partes, en la manera de rodarla, en la mirada de la niña protagonista (Nerea Camacho, un clon viviente de Manuela Vellés, olé por el casting), en la maravillosa historia (escrita también por Fesser) y sobre todo en los sueños que tiene la niña que se convierten, prácticamente siempre, en terribles pesadillas. En esto último (y en algunos otros elementos, como la obsesión de la madre de la protagonista de que todo lo que hacen por la niña es “por su propio bien”, y en algunas escenas gore), recuerda a Criaturas celestiales, aquella obra maestra de Peter Jackson. A pesar de eso, en entrevista personal con Fesser, el director me reconoció que no había visto la película. Si es eso cierto, impresiona la cantidad de paralelismos que pueden pasar por dos cerebros tan diferentes como el del español y el neozelandés.
La película angustia y sobrecoge por partes iguales y todo se debe al elaborado guión, pero también a la interpretación de un elenco actoral de primera. La niña Nerea Camacho es todo un descubrimiento, acompañada por una genial Carme Elías, que lleva sobre sus hombros el difícil papel de madre, y Mariano Venancio, que rompe totalmente con su papel histriónico de la saga de Mortadelo. Él mismo se sorprendió cuando Fesser pensó que él podría ser el padre de Camino, porque al leer el guión le pareció el papel más difícil de interpretar de todos. Y por útlimo, Manuela Vellés, que sale poco, pero cada vez que aparece llena la pantalla, y es que esta chica que ya sorprendió en la última de Medem (Caótica Ana) dará mucho que hablar en los próximos años. Pocas actrices jóvenes hay en nuestro cine que tengan su mirada, su sonrisa y su adaptabilidad interpretativa.