Antes de hacer sus votos, a una novicia la mandan con su tía, que es la que ha pagado su manutención durante todos estos años. La tía resulta ser una amante de la vida que escandaliza bastante a la novicia. Cuando esta decide volver al convento, la tía se suicida, lo que hace que la futura monja vuelva a la vida real.
Si a lo anterior le añadimos que la película está rodada, ex profeso, en blanco y negro y que el título de la película es el de la protagonista, es evidente que estamos ante un remake de Viridiana, algo que por alguna extraña razón no ha visto ningún crítico, quizás sea porque en lugar de una tía, en la película española hay un tío. De hecho, algunos incluso piensan que es una película sobre la participación de los polacos en el Holocausto nazi, lo que se me escapa totalmente.
La principal diferencia con el filme de Luis Buñuel es el tono. Mientras que el filme español era una película anticlerical y atea, esta versión es la Viridiana católica, algo que se nota, especialmente, en el final de la cinta. Las dos incluyen también ese momento en el que la protagonista descubre su propia sensualidad. En la peli de Buñuel, Viridiana se mira al espejo y se reconoce como una mujer y no como un artificio de convento, y en la de Pawel Pawlikowski observa a otras compañeras suyas, bañándose con un cubo de agua, con las ropas pegadas al cuerpo que dejan ver sus jóvenes cuerpos. Por cierto, esa me parece una de las escenas más bellas de un filme que tiene una fotografía que a mí me resulta un tanto confusa por algunos planos que parece que simplemente buscan la belleza (cabezas en un rincón de la pantalla dejando el resto vacío, por ejemplo).
Los homenajes a Viridiana son evidentes, así que Luis Buñuel y Julio Alejandro deberían aparecer en los títulos de crédito en el apartado del guión, pero no lo hacen, sólo están por allí el propio director y Rebecca Lenkiewicz, que antes de esto fue bailarina y actriz, con un pequeño papel de aquella maravilla que era Wonderland de Michael Winterbotton. Del guión buñueliano retiran la parte de la crítica social y a la caridad cristiana y añaden una pequeña historia de algo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, pero para nada esa es la parte más importante del filme ni del guión. Lo relevante es la historia de una mujer que va a ser monja y que descubre que ahí fuera hay otro mundo lleno de tentaciones, y que además hay que dejarse llevar por ellas para saber lo que uno se pierde entregándose a dios.
Como ya he apuntado antes, el rodaje me parece un tanto peculiar, con unos planos que a mi entender no aportan nada a la mirada del espectador y que son simple belleza. Ahora bien, ¿es la belleza un delito por sí misma? No lo es, pero bien puede hacer que el espectador se aleje de la historia y caiga en la contemplación acrítica de lo que está viendo. Pawklikowski comparte con su compatriota Krzysztof Kieslowski el haber comenzado haciendo documentales para luego pasarse a la ficción y ese amor por lo bello, pero yo creo que no le llega ni a la altura del zapato. Kieslowski era mucho Kieslowski.